En derecho penal, una conducta típica antijurídica culpable y punible requiere en primera instancia la realización de una acción voluntaria en la que se haya seleccionado un fin y se haya implementado un medio para su alcance.
La conducta típica antijurídica culpable y punible de homicidio requiere la finalidad de matar a otro y la selección voluntaria de un medio para conseguirlo.
En el caso que conmociona por estos días a la opinión pública, un grupo de rugbiers golpean a un joven hasta matarlo. Podría decirse sin demasiado análisis que el golpe constituye el medio con el que se produce el resultado típico –es decir, el homicidio. La acción de golpear, constituye la conducta por la cual se obtiene dicho resultado.
Ahora bien, intentemos ir más allá. ¿Alcanza con plantear la escena del homicidio en esos términos? La misma, ¿se reduce sólo a una golpiza brutal en la que un grupo de adolescentes ataca a un joven y lo convierte en el blanco de su hostilidad? Vale decir, ¿la golpiza como escena y fundamentalmente como texto del homicidio, constituye el único elemento con el que plantear la escena del crimen? ¿O acaso pueda introducirse aquí otra perspectiva desde la cual leer el hecho?
Pegan a un niño, o -como también podría leerse- un niño es pegado, constituye el libreto fundamental con el que Freud trabaja el goce masoquista. Hay allí un elemento clave que puede arrojar en este planteo alguna luz. Se trata de un elemento en el guión fantasmático del texto que le permite atribuirle a la escena de la paliza una significación de montaje. Hay un niño golpeado. Pegan a un niño. Sin embargo, veamos allí un elemento central. El punto que queda eclipsado no es otro que el de quien relata. Hay un niño que mira que un niño es pegado.
Hay entonces una mirada.
En el crimen que se referencia –como en tantas otras escenas de hostigamiento grupal hacia una persona que se presenta sola- la mirada juega allí un papel central. La escena del ataque no se sostiene sin ese ojo que filma y registra gozosamente la paliza.
El que mira, el que graba con una cámara y mira a través de un lente la escena de la golpiza, no constituye un elemento ajeno a la escena del ataque. Por el contrario, constituye él mismo una pieza crucial del texto que se escenifica. Esa mirada sostiene desde el Ideal la escena que se pone en acto. Esa mirada es el objeto que eclipsado que comanda el accionar feroz. A ella está dirigida la puesta en escena.
Hay un Ideal que sanciona como merituable lo que la sociedad reprocha como disvalioso. Ese Ideal es el lugar desde el cual el que pega se ve a sí mismo como admirable. El ojo que mira porta la marca del goce que se actúa. Sin esos elementos el texto del homicidio queda truncado. La puesta en acto de la golpiza requiere de la mirada que introduce allí el placer de ver y el valor del Ideal.
Por eso resulta necesario leer la conducta homicida en su dimensión textual. Hay allí un libreto. Y en ese libreto hay escenificaciones. Y en esas escenificaciones hay diversos elementos a considerar. En ese punto se torna imperioso introducir la pregunta: ¿acaso no es posible matar con la mirada?